Sunday, May 13, 2012

La Aduana de Nogales

Pocos lo saben, pero el establecimiento de la aduana en Nogales, antes de que surgiera esta población, fue resultado de una pinza de factores de alcance no únicamente local o regional sino nacional e internacional que incidieron sobre esta región durante la segunda mitad del siglo XIX: a México le preocupaba la posibilidad de perder aún más territorio después de lo sucedido a mediados del siglo XIX con las consecuencias de los tatados de Guadalupe-Hidalgo y La Mesilla, aunque la sociedad fronteriza incrementaba espontáneamente el comercio internacional al concluir los problemas que habían regido casi todo el siglo XIX y culminado con el imperio de Maximiliano.

Debido a que la nueva frontera establecida por el Tratado de la Mesilla no se encontraba poblada aún a mediados de ese siglo, el gobierno federal estableció aduanas mexicanas en poblaciones cercanas a la misma, como Magdalena, Altar y Fronteras, en Sonora. La de Magdalena, por ejemplo, controlaba el comercio que pasaba la nueva frontera procedente de los ríos Asunción y en menor grado del Santa Cruz. Además, las autoridades mexicanas locales intentaban obtener información sobre las intenciones estadounidenses, como en 1857, cuando el Comandante Militar de Santa Cruz enviaba periódicamente a soldados vestidos de civil a Arizona, a Calabazas y a Tucsón, a “que se mezclen con el pueblo y reporten sobre la llegada y movimientos de americanos en la región,” y también les pidió que se disfrazaran de vecinos de los ranchos aledaños a la nueva frontera, Los Nogales o Calabazas (actual Río Rico, Arizona) para que investigaran movimientos estadounidenses en la región.

A su vez, los Estados Unidos establecieron un fuerte militar, Camp Moore, en 1856, cerca de Calabazas, para controlar el comercio procedente de los ríos Santa Cruz y Asunción, y poco después abrieron  una aduana en Calabazas. Consultando sus registros, vemos que entonces, por ejemplo, Santiago Campillo, de Magdalena, llevaba frijol, azúcar, harina y centeno a Arizona, mientras que Nicolás Soto, de Ures, llevaba panocha, jabón, naranjas y quesos.





Los empleados aduanales no fueron bien recibidos ni por los pequeños comerciantes ni por los dueños de minas de Arizona, y pronto aprendieron todos a evadir el pago de impuestos, además que quienes llevaban sus productos a Arizona regresaban cargados de ropa y telas para vender en Sonora. De esta manera, el prefecto del Distrito de San Ignacio, José Elías, dueño del rancho Los Nogales, se quejaba en 1856 de la aparición, esa década, del contrabando en Sonora, y que los comerciantes “abrieron tiendas en Tucsón y Calabazas, desde los que envían cargamentos de ropa a los pueblos del Estado.” Urgía además a las autoridades de México a que establecieran aduanas en la frontera misma para evitar ese contrabando.

La década de 1860, Guillermo Barnett, un inglés que había llegado a Sonora la anterior, adquiría y se cambiaba al antiguo Real de la Arizona, fundando un rancho con el mismo nombre, algunos de cuyos productos eran exportados a Arizona, y al terminar la Guerra Civil estadounidense los molinos de harina del Norte de Sonora, como el de Don José Pierson, dueño del de Terrenate, pasaron por una bonanza. En 1873, Pierson exportaba trenes de mulas cargados de harina a Tucsón, mientras que el enorme incremento de este nuevo comercio llevó a que  el cónsul estadounidense en Guaymas, John Willard, estimara que tan sólo en 1870 entre medio y tres cuartos de millón de dólares en mercancía habían pasado por Sonora, rumbo a Arizona. Sin embargo, el sentido de este comercio pronto cambió, ya que para 1879 se calculaba que cuatro de cada diez piezas de ropa de algodón usadas en Sonora habían sido introducidas de contrabando al Estado, lo que llevó al gobierno estatal a promulgar una ley que penaba con largas condenas a los contrabandistas, aunque esta disposición no resolvió el problema.

Ahora bien, en relación con el transporte de personas, en 1869 Miguel Pompa tenía una línea de diligencias entre Altar y Tucsón, mientras que el 71, Alfonso Coindreau inauguraba la primera línea entre Hermosillo y Tucsón, y para 1877 proliferaron las líneas de diligencias, como la de Antonio Varela que cubría de Hermosillo a Tucsón, aunque al terminar el año avisaba que la suspendería debido a que el Congreso del Estado no aprobó una ley concediéndole un subsidio. Y cuando la clausuró, inmediatamente surgieron otras, como la de José Pierson, de Magdalena a Tucsón, y poco después Juan Moreno establecía otra más entre Hermosillo y Magdalena, mientras que simultáneamente era inaugurada otra línea entre Hermosillo y Altar, lo que llevó a que el Congreso de Sonora promulgara, en noviembre de 1879, una Ley de Subvención de diligencias entre Hermosillo y Magdalena. Así surgió un enorme crecimiento en el número de diligencias que pasaban por el Arroyo Los Nogales y utilizaban las casas del rancho como estación de remuda.

Todo lo anterior llevó a que el gobierno federal decidiera finalmente enfrentar de lleno esta situación, y el 2 de agosto de 1880 estableció cuatro aduanas a lo largo de la frontera sonorense, en Quitovaquita, Sásabe, Los Nogales y Palominas, aunque el nuevo administrador de la de Nogales no llegaría al despoblado rancho sino hasta finales de ese año.

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