Sunday, August 12, 2012

De visita en los Picachos de Santa Barbara


A unos cuantos minutos del centro de Nogales, siguiendo por  la nueva carretera que comunica con San Lázaro y que actualmente está pavimentada 33 kilómetros, en un recorrido que antes la pensaba uno dos veces para realizarlo por las condiciones del antiguo camino de terracercía conocido como de Mascareñas, en el kilómetro 22 se encuentra el poblado Miguel Cárdenas Valdés, conocido popularmente como Los Picos, a la sombra de los Picachos de Santa Bárbara.

Esa región del río Santa Cruz le habla a uno de historia desde que se baja al valle y pasa por el sitio donde estuviera la antigua hacienda de Buenavista, que le comprara un 28 de octubre de 1756  Doña Rosa Becerra Nieto a su yerno, Don Gabriel de Vildósola; un sitio que si estuviera en otro lugar tuviera un museo.  Allí la visitaba su hijo, el joven Juan Bautista de Anza, antes de que éste soñara con descubrir la ruta por tierra entre Sonora y California; muchos años antes de convertirse en Gobernador de Nuevo México.

Nacho Corona y el zorrito
Allí, en ese valle, en el actual pueblo de Los Picos, lugar que aún ilumina sus noches la lámpara de petróleo y  calienta la estufa de leña esperando la modernidad, un pequeño grupo de gente vive en la antesala de Nogales. Allí podrá, quien los conoce, ir a visitar a los Jilillos y a su madre, doña Zenaida; a los Cuates León o bien a Nacho Corona y a su mujer, Doña Carmen Avechuco quienes ahora se dedican a cuidar al zorrito que rescató un nieto, a quien todos conocen como El Charrito.

Pues bien, entre todos ellos vive también Don Alfonso Cuevas Vargas, quien una tarde sabatina, mientras amenazaba una tormenta veraniega, se puso a contarme su historia; una historia muy similar a la de tantos y tantos nogalenses que piensan que su biografía fue un hecho único, pero que en realidad es una letanía que se repite en muchos hogares de la región. Nativo del Estado de Guanajuato, a los 16 años de edad se vino a la frontera buscando a un tío que se había ido a California; al no encontrarlo, por 1951 se regresó a su Estado natal debido a “que todo se puso aquí muy difícil.” Eran los años de la posguerra.

Don Alfonso Cuevas y uno de sus hijos
Pasó algún tiempo en el centro del país y en 1956 o 1957, después de una inundación que causó muchos estragos en Guanajuato, regresó a Nogales, y aquí encontró a una familia que con la dadivosidad de los nogalenses se convirtió en sus segundos padres: Don Refugio Mendívil y su esposa Enriqueta, en un rancho que tenían en el Puente de Encinas. Otro de los Mendívil, Enrique, le dio unos puerquitos a cuidar, y en un acuerdo verbal le dijo que la ganancia sería, como se acostumbraba entonces: “a medias.”

Luego, Don Alfonso se fue con Adolfo Centeno Ramos quien había sido novio de una tía suya, y según me lo contó con esa afición al diminutivo que uno encuentra en la gente que se formó en el sur del país, “me fui haciendo de animalitos,” así como también creciendo en amistades, conociendo a “nogalenses muy buenos” como Don Joaquín Dicochea, Antonio Dicochea, Jesús Dicochea, a Darío y Alejandro Valenzuela.

Al entonces joven Cuevas le gustaba mucho andar a caballo, pero éste era un lujo que no se podía permitir, aunque afortunadamente un vecino, Don Pancho, tenía una “pista de lazo” en la que pudo satisfacer su afición por la jineteada, y amplió allí sus amistades, entre quienes recuerda al Chicharito Parra.

Pasaron los años, siguió prosperando, logró comprar un terrenito y se casó. Completaba sus ingresos con viajes periódicos a Estados Unidos a trabajar y luego regresaba. Finalmente, en 1987, recuerda, adquirió el derecho a hacerse ejidatario y allí, en Los Picos, construyó su nueva morada. Allí ha visto los cambios que ha traído el tiempo como la pavimentación de la carretera. Y siguió trabajando en Nogales, ahora en el restaurante de Lorenzo Ortiz Tabanico en donde inició como barrendero y llegó hasta administrador.

paisaje en  Los Picos
En seguida, agotado según él el tema de la conversación, comenzó a cambiar de tema en su narración: me habló de la bondad de la gente del ejido, de los cercanos Picachos de Santa Bárbara en una de cuyas cuevas dejó grabado su nombre, y con una mirada de reojo a las crecientes nubes veraniegas que anunciaban la bendita tormenta de esta temporada, también habló del difícil equilibrio entre buscar algunos días de descanso entre las lluvias para poder segar la pastura, aunque al mismo tiempo bendiciendo las ansiadas aguas que alimentan la tierra.

Así, en el valle del río Santa Cruz, entre ruinas de poblados indígenas hoy casi irreconocibles, entre muros de adobe del antiguo y cercano rancho de Santa Bárbara, don Alfonso ha visto pasar el tiempo, atestiguando  cómo ese valle espera despertar a su nueva vocación: lugar de reencuentro de los nogalenses con el Sonora rural.

No comments:

Post a Comment